Cuando ando con la cabeza media trulada y camino disperso por la calle o por algún lugar, miro más de lo que quisiera hacerlo.
Mi mente entra en un vendaval de preguntas que se chocan entre si enturbando mi calma y me vuelvo un gil que camina sin darle bola a lo que realmente importa.
Mis ojos buscan no se que en la totalidad de la situación y se pelean entre si por captar todo lo sucedido, sin filtrar nada, sin ni siquiera saber por que.
Me vuelvo tormenta que viene a hincharle las bolas a esta primavera, me vuelvo sombra que camina sola en una oscuridad que me revuelca repugnante dentro de mi paquete.
Oscuridad terca, que se me hace la loca mientras quiero sacarla de un cachetazo de mi colorido camino.
Me dan ganas de escribir todo el dia, creo que es algo de eso lo que me esta pasando.
Quiero escribir todo el dia y que mis palabras bajen al papel como combustible liberador que me inyecta de nueva vida, que baja al cuaderno sin filtro las para desagotar el tanque y comenzar todo de nuevo.

Inmensa virtud del todo que se comienza cada dia en si, disfrutando de la única verdad que es el presente.
Las nubes se corren siempre, la oscuridad siempre tiende a irse, y la sonrisa es mejor remedio que cualquier gilada en forma de pastilla que entretiene cabezas sometidas al consumo de turno.
Es que tanto color también puede ser exceso, y los colores también pueden cegar si la cosa esta desequilibrada desde el corazón.
Sonrió con un busito a cuestas mientras el frió llega y le cambia la etiqueta a esta parte de la aventura y me sumerge en un presente nuevo que se ve fortalecido por el simple hecho de recibir un fresquito que encamine esta llama hacia el cielo.
Me gusta andar en bici en otoño cuando todo esta lleno de hojas y puedo ir por los cordones desparramando montañas.
Todavía todo tambalea, medio en veremos, mientras la cabeza baja tranquila y el corazón se me escapa al papel que hoy escasea en mi mochila.